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COMIENDO A RAUL
(Eating Raoul)

Estados Unidos, 1982
Elenco:
Paul Bartel, Mary Woronov, Robert Beltran, Susan Saiger, Lynn Hobart, Richard Paul, Mark Woods, John Shearin, Darcy Pulliam, Ben Haller
Director: Paul Bartel

SEXO:
VIOLENCIA:


edición gringa del video ARGUMENTO:
El matrimonio conformado por Paul (Paul Bartel) y Mary (Mary Woronov) no logra conseguir el financiamiento necesario para establecer un restaurante por medios normales y deben recurrir a estrategias, digamos, poco ortodoxas que involucran a un ratero chicano (Robert Beltran) y a una dominatrix (Susan Saiger).

COMENTARIO:
Es bastante irónico, o tal vez adecuado, que el guionista, director y actor principal de esta obra maestra del humor negro tuviera que pasar muchos problemas para lograr que alguien se interesara en producir su libreto. El mismo Roger Corman, que ya antes le había permitido a Bartel dirigir cintas como Private Parts (1972), Big Bad Mama (1974) y la clásica Death Race 2000 (1975) y que no se caracteriza por ser melindroso a la hora de llevar guiones a la pantalla, no expresó mayor interés en financiar lo que para Bartel era un proyecto largamente acariciado.

A Paul Bartel no le quedó más remedio que recurrir a sus padres para que le prestaran el dinero necesario. Como no encontró distribuidor, inscribió su película al Festival de Cine de Los Angeles y gracias a la respuesta del público la 20th Century Fox finalmente decidió encargarse de que Eating Raoul llegara a las salas de cine, donde se convirtió en un pequeño clásico.

Paul Bartel y Mary Woronov

Con el apoyo de los críticos gringos, que reconocieron la calidad de esta comedia, Eating Raoul se ha editado continuamente en video en el vecino país del norte e incluso se adaptó al teatro en versión musical.

Todo lo anterior podría parecer el típico cuento de cómo un artista independiente puede vencer al sistema, logrando sobrepasar los convencionalismos de una industria adocenada para finalmente consagrarse como un crítico de la sociedad en la que vive. De hecho, la mayoría de los críticos gringos no se cansan de hablar de cómo la obra de Bartel, a pesar de ser "controvertida" y "fuerte", sirve para señalar las fallas de una sociedad tan pagada de sí misma como la norteamericana.

Yo no estoy tan seguro de que a Bartel le interesara mucho hacer una especie de servicio a la comunidad, poniendo el dedo en la llaga para que las autoridades tomaran cartas en el asunto. Me parece más correcto decir que, al igual que los otros comediantes que realmente valen la pena (los Hermanos Marx, Tin Tan o los Simpson, por nombrar a unos cuantos), a Bartel lo que realmente le interesaba era echar desmadre a costa de las instituciones y los personajes más respetados.

Lo de proponer soluciones, contribuir al progreso y ayudar a los oprimidos me parece que es pura ilusión óptica de críticos y "expertos" en cine demasiado acostumbrados a pensar que el Séptimo Arte (con mayúsculas) es algo muy serio y que no puede ser motivo de risa si no es para una causa noble.

Es innegable que para alguien como Bartel, que admitía libremente ser gay, podía ser muy divertido burlarse de la familia, lo establecido y el American Way of Life, sobre todo en la época en que Ronald Reagan le permitía a los gringos darle rienda suelta a su patrioterismo y ondear banderitas con las barras y las estrellas a la menor provocación. Ya antes había hecho una excelente sátira de la forma en la que la televisión explota el morbo de los espectadores con la excelente Death Race 2000.

el protagonista visita una sex shop

Sin embargo, algo que no se encuentra en la obra de Bartel es una ideología o una propuesta definitiva en busca de un gobierno más liberal o algo así. A diferencia de los caricaturistas mexicanos, que realmente serían tan buenos como ellos creen si se atrevieran a criticar a los políticos de izquierda con el mismo ingenio que reservan para los sectores más conservadores, Paul Bartel no se hacía ilusiones sobre la posibilidad de enmendar la situación de la sociedad norteamericana.

Por un lado, Bartel se burla del matrimonio Bland que parece ser la encarnación de los idílicos años cincuenta: Paul y Mary sueñan con tener su propio negocio, son asquerosamente cursis y duermen en camas separadas. Lo lógico sería pensar que la contraparte de los Bland, que no pueden ser sino una serie de swingers y otros personajes igualmente desinhibidos, tendrían que ser presentados de una forma más positiva.

Sucede todo lo contrario.

Desde los vecinos swingers que suponen que todo el mundo tiene los mismos apetitos que ellos, pasando por el encargado de una sex shop y culminando con Raúl, un ratero chicano con el que terminan asociándose, no hay un solo personaje que no sea objeto de burla por parte del guionista/director.

Además de cínica, Eating Raoul es una película muy bien hecha tomando en cuenta las limitaciones de presupuesto y locaciones con las que los realizadores tuvieron que lidiar. Esta modesta cinta debería ser obligatoria en todas las escuelas de cine para ver si los estudiantes aprenden que se puede superar la falta de recursos con un buen guión. Parece que lo único que les enseñan es a quejarse de que la industria no los apoya y a suplicar a los espectadores que soporten sus pretenciosas y aburridas "operas primas".

Robert Beltran y Susan Saiger Otro gran acierto de Eating Raoul es que las escenas duran exactamente lo que tienen que durar, por lo general un par de minutos, y todo lo concerniente a la trama y a los personajes se expresa con una gran economía de medios.

A diferencia de las películas de Hollywood, donde últimamente les ha dado por suponer que el público es idiota y que es necesario que las escenas importantes o dramáticas se extiendan interminablemente para que nadie pierda detalle de lo que está pasando, en Eating Raoul basta con un pequeño gesto, como la adquisición de un lujoso auto, para que el espectador entienda lo que pasa por la mente de los protagonistas. Baste con decir que la trama de Eating Raoul es mucho más complicada que la de Titanic y que a pesar de esto, la película de Bartel dura menos de la mitad que el bodrio de James Cameron.

La mayoría de las películas que se incluyen en este sitio difícilmente pueden ser consideradas ejemplares. Eating Raoul es la excepción que confirma la regla. Por donde se le vea, es una película que no tiene desperdicio y que es muy atractiva incluso para personas poco acostumbradas al cine chatarra.

De hecho, una manera de poner a prueba a sus seres queridos es pidiéndoles que vean esta cinta. Si a los 20 minutos ya se están quejando y alegan que quieren ver Forrest Gump o La Lista de Schindler, eso significa que ya no tienen remedio.

Les advierto que para hacer esto es muy probable que tengan que buscar hasta por debajo de las piedras para encontrar esta película. Dependiendo del lugar donde vivan y de los caprichos de los distribuidores se las pueden ver negras para conseguirla. Yo la tuve que grabar de un canal de cable donde tuvieron la puntada de transmitirla a las 3 de la mañana.

-Marco González Ambriz

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D.R. @ 2001 Marco González Ambriz. Para reproducir cualquiera de los textos aquí incluidos pedir permiso a [email protected]

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