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México, 1988
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ARGUMENTO:
COMENTARIO: A pesar de que el número de libros, revistas y páginas web dedicadas al tema, el número de películas infumables y directores ineptos parece inagotable. En México se ha escrito sobre las aventuras del Santo y la obra de Juan Orol, pero todavía quedan muchos realizadores y títulos que sería conveniente poner a consideración de los aficionados al cine chatarra dentro y fuera del país. Uno de estos personajes cuyo nombre merece ser escrito con letras de oro en el salón de la infamia del séptimo arte es el actor y director Raúl Ramírez. El Zapatero Bailarín no es la peor película de Ramírez, ese honor le corresponde a Los Mecánicos Ardientes o tal vez a La Isla de Rarotonga, pero es lo bastante defectuosa para ilustrar sus carencias como cineasta. La película está filmada de la manera más plana que se pueda imaginar, aunque sin llegar al nivel de Ripstein o Cazals, sin gracia y sin ritmo. Como todo el guión se reduce a una serie de discusiones entre el zapatero, sus vecinos y sus familiares el espectador tiene que soportar hora y media de diálogos sangrones y explicativos. Al parecer la intención de Ramírez era defender a los artesanos tradicionales de los peligros de la industrialización y enaltecer los valores familiares, lamentablemente lo único que logró plasmar en la pantalla fue a un tipo nada simpático que está siempre a punto de soltar un sermón. Algo que distingue a Ramírez es que sus películas no encajan dentro de ningún género conocido. Esto no es porque sean tan innovadoras que rebasen los géneros tradicionales. En el caso de El Zapatero Bailarín queda claro que no se trata de una comedia, porque no es chistosa, ni un drama, porque no es conmovedora. Se supone que el personaje principal es un mujeriego muy simpático, sólo que gracias a la interpretación de Ramírez uno lo odia desde que aparece en pantalla. Hay algunos albures y una escena de cama con Rosita Bouchot en la que no hay nada que se pueda considerar sugerente (al menos en la versión que pasan en cable), pero esto de ninguna manera se puede considerar como una sexicomedia. Algo que hace particularmente insoportable la obra de Ramírez es su insistencia en darle papeles protagónicos a su esposa, Marcela Havilland, y a su hijo, que se hace llamar Raúl Marcelo. El nivel actoral de los tres es lamentable. Lo único peor que su gesticulación constante es su molesto tono de voz, capaz de sacar de sus casillas al monje más apacible. Por si fuera poco, Raúl Ramírez y su familia poseen una autoestima a prueba de balas: ningún espejo ha logrado convencerlos de que no están en condiciones de interpretar personajes irresistibles. El resto de las actuaciones están al mismo nivel que la familia Ramírez, resultan particularmente insoportables la actriz que interpreta (es un decir) a la ex-esposa de Cirilo y otro tipo que imita a Resortes en un mercado. No me tomé la molestia de anotar sus nombres. Dentro de este festival de pésimas actuaciones, la única que medio se salva es Rosita Bouchot. Raúl Ramírez trató de darle un toque social a la película, retratando el efecto que la crisis económica de los 80 tuvo en el pueblo. Para hacer esto eligió el método más obvio: hacer que sus personajes discutan la falta de empleo y la corrupción de los políticos, aunque de forma muy confusa. Este afán de realismo le da a la película su único detalle divertido: cada vez que el protagonista sale a la calle lo atracan los niños rata, robándole el dinero y hasta sus herramientas. Esta situación se repite tantas veces que se convierte en chiste. Por lo menos es un recurso más inteligente que la odiosa voz en off de Y Tu Mamá También.
- Marco González Ambriz,
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1 de octubre de 2002
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